
Una humanidad sin noticias
Soy hijo de periodista. Esto hizo que me acostumbrara desde mi más tierna infancia al soniquete de los telediarios o el informativo radiofónico (“el parte” que decía mi abuelo). También a tener como mínimo un periódico en casa y a ver a mis padres leerlos con semblante de culto. Crecer en este ambiente hizo míos esos hábitos. Y con pocos años ponía el oído con interés en los informativos y hojeaba con curiosidad las páginas del periódico.
Estos hábitos, los mantengo hasta la actualidad. Viviendo con un cierto grado de nostalgia el cambio del papel impreso a la Tablet, y del informativo “en punto” a la posibilidad de verlo/oírlo en diferido. Y tras esta experiencia vital, me atrevo a afirmar que no deben quedar noticias por dar, o no se quieren dar. O al menos esa es la sensación que me queda cuando me acerco a la televisión, la radio o la prensa.
La actualidad de los medios de comunicación pasa por la pandemia, los dimes y diretes de los políticos de turno, y una serie de noticias de flojo contenido con titulares que sólo buscan sumar clics. Y tengo la certeza de que el motivo no es que las nuevas generaciones de periodistas sean menos válidas. El problema está en las redes sociales, y en la forma en la que han conseguido vendernos la información.
Y es que las redes sociales se crearon para conectar personas y para conversaciones breves, con poca enjundia. Pero cuando detrás de ellas se encuentran grandes empresas, el factor económico prevalece por encima de otros. Dicho de otro modo, son un negocio. Y se dieron cuenta de que la mejor forma para que sus millones de usuarios digirieran la información son noticias breves, sin detalles, fomentando la pereza general, la propaganda barata y la desinformación. Cada vez se busca más el titular de sencilla interpretación, que la noticia de calidad, bien trabajada, contrastada y documentada.
Los periodistas del siglo XXI tienen frente a sí mismos un reto a la vez apasionante y complicado. No dejarse llevar por los cánones impuestos por las redes sociales. Nadar contracorriente, nadar a la corriente de un periodismo de calidad, que aporte valor y cree opinión. Y la sociedad, los lectores, debemos buscar esa calidad que nos permita pensar por nosotros mismos, tener nuestra propia opinión.
Sin opinión, una sociedad va a la deriva. A los cantos de sirena en forma de píldoras informativas sesgadas para que opinemos lo que otros quieren, al aborregamiento más primario.
Fuente: El Español.

José Luis Arranz Salas (Málaga, 1968) es Informático y Comunicador. Cuenta con más de 30 años de experiencia profesional en los diferentes sectores de las Tecnologías de la Información, la comunicación y la docencia. Docente vocacional ha impartido cursos en distintos centros y universidades. Es emprendedor en Celinet Soluciones Informáticas. Entrevistador en Entrevistas a Personas Interesantes (Mejor Blog de Actualidad en los Premios 20 Blogs de 20 Minutos). YouTuber en En directo con amigos. Podcaster en Podcasteando con amigos. Articulista en Mentes Inquietas y otros medios físicos y digitales.
En las últimas décadas han confluido diversos factores que han contribuido a ese empobrecimiento del que habla el artículo. Y las reducciones de plantilla debidas a las sucesivas crisis no es uno menor. Se notó escandalosamente en algo tan tangible -la ortografía no es opinable- como la disminución evidente de correctores, cuando no directamente su desaparición. Erratas e incoherencias gramaticales campaban a su antojo, no solo en cuerpos de noticias: incluso en titulares.
Pero volviendo a lo que comenta el autor, a la calidad en sí de la información, se han producido también renuncias lamentables. La cuestión, como bien apunta, es que todo se ha «jibarizado»: pocas palabras, pocos caracteres, poca demanda de esfuerzo lector -y no digamos analítico- a un lector convertido en escáner humano de material fatuo, “memerizable”, retuiteable… En definitiva, ávido de contenido fungible, de usar y tirar. O de clicar y comprar (esto, normalmente camuflado).
Todos hemos escuchado alguna vez, de más jóvenes, aquella máxima del periodismo: «No es noticia que un perro muerda a un hombre, la noticia es que un hombre muerda a un perro.» Una lección sumarísima acerca de qué tiene interés y qué no, informativamente hablando, en un par de frases. Ahora, lo más próximo a esto que podemos encontrar sería algo del tipo: “Querrás saber cómo acabó este hombre”. Esto es: nula carga informativa, pero toda la adrenalina del morbo para, una vez cliquemos, llegar a una ‘landing page’ (no una noticia en sí), saturada de mensajes publicitarios, más pseudonoticias señuelo, banners de casinos online, etc.
Y lo peor es que esta dinámica se extiende como una mancha de chapapote, desde los medios más amarillistas a los que aún mantenían un rescoldo de calidad (el mercado y la competencia por la publicidad y los «ads» de plataformas globales mandan). Un panorama, en fin, desolador.
Muy pronto la noticia no será que un rotativo (me encanta este arcaísmo) cierre, sino que uno abra.