
Web 3.0, el futuro ya está aquí (o no)
Hace pocas semanas en un episodio de “Podcasteando con amigos” tuvimos como invitada a Yaiza Rubio, Chief Metaverse Officer de Telefónica. Entre otras cosas hablábamos del metaverso y, en un momento de la conversación, Yaiza nos preguntó a los informáticos allí presentes de nuestra opinión sobre la Web 3.0. Como en ese momento no entendí la pregunta, las cosas del directo, voy a aprovechar este artículo para ello.
No hay duda de que la World Wide Web mantiene una continua evolución. Probablemente ni Tim Berners-Lee cuando la creó pudo imaginar que con los años pasaría a ser una parte intrínseca de la vida cotidiana de millones de personas, aún cuando en 2006 él mismo acuñó el término Web 3.0.
Haciendo un poco de cronología, todo comenzó con una plataforma unidireccional que permitía a las personas consumir contenidos en Internet. Normalmente compuesta por páginas web simples basadas en texto e imágenes. La que ahora conocemos como Web 1.0 vio nacer a las primeras webs comerciales, acompañadas por algunos medios de comunicación, como CNN o BBC. La interacción del usuario y la capacidad de generar su propio contenido estaban prácticamente ausentes en la Web 1.0 y las búsquedas web, aún muy primitivas, se basaban en frases muy concretas.
La introducción de nuevas prácticas de diseño web y navegadores web más potentes dieron paso a la Web 2.0, que puso el énfasis en la interacción humana y social en la web. Esto dio como resultado el diseño web enriquecido que conocemos hoy y el surgimiento de la aplicación web. Lo que convirtió a las páginas web en aplicaciones de software capaces de realizar tareas complejas que antes sólo estaban disponibles en el software nativo de los sistemas operativos.
Si bien el tipo de contenido que se podía consumir se amplió considerablemente, la Web 2.0 también introdujo la creación de contenidos por parte del usuario, al poner herramientas de publicación en manos de cualquiera que quisiera promocionar sus propios escritos, podcasts, videos, etc.
Y llegamos a la Web 3.0, la próxima evolución de Internet que en breve estará aquí (o que ya lo está si consideramos a Siri, Alexa o incluso Roblox frutos de esta nueva Internet). Detrás de la Web 3.0 está la tecnología blockchain, la misma que utilizan las criptomonedas (Bitcoin, Ethereum, Litecoin, etc.). Blockchain es un sistema de registro distribuido (DLT, por sus siglas en inglés) que almacena datos en miles de computadoras a la vez en lugar de en un solo servidor. Esto permite almacenar y compartir más datos, lo que significa que es más eficiente y accesible para cualquiera que lo necesite.
Entre las bondades de la web 3.0 se nos promete que seremos los propietarios de nuestros datos, garantizando la privacidad y la seguridad de la información personal. Esto gracias a la descentralización, ya que al conectarse a una red descentralizada, los datos se intercambian sin ser rastreados. Además será la red con mejor experiencia de usuario, ya que al incorporar tecnologías como el Internet de las cosas (IoT) o la Inteligencia Artificial, la Web 3.0 puede proporcionar una mejor experiencia de Internet personalizada y centrada en el usuario. Esto unido a la libertad que proporcion, porque no existe una única autoridad de control, y esto nos permite publicar abiertamente opiniones sin temor a que sus cuentas sean bloqueadas o censuradas.
Todo esto pinta muy bien pero soy muy escéptico al respecto. Más allá de los problemas que pueda generar que no exista una autoridad única o la difícil regulación de todo esto, la web 3.0 nace herida en su voluntad de ser descentralizada. Sus ideólogos son las grandes empresas tecnológicas que desde hace años cuidan con mimo a su gallina de los huevos de oro. Esa gallina se llama datos, los nuestros, y no confío en que vayan a dejarla a un lado de forma altruista por el bien de la humanidad. El producto somos nosotros y todo lo que lleve a que esto no sea así tendrá un recorrido muy corto. La Web 3.0 de algún modo seguirá siendo centralizada. Pautada por sus inversores, que querrán seguir recogiendo sus dividendos. El tiempo dirá.

José Luis Arranz Salas (Málaga, 1968) es Informático y Comunicador. Cuenta con más de 30 años de experiencia profesional en los diferentes sectores de las Tecnologías de la Información, la comunicación y la docencia. Docente vocacional ha impartido cursos en distintos centros y universidades. Es emprendedor en Celinet Soluciones Informáticas. Entrevistador en Entrevistas a Personas Interesantes (Mejor Blog de Actualidad en los Premios 20 Blogs de 20 Minutos). Podcaster en Podcasteando con amigos. Articulista en Mentes Inquietas y otros medios físicos y digitales.
Creo que fue André Malraux quien dijo, en una frase que cada cual ha adaptado para lo suyo, que el siglo XXI sería espiritual o no sería, identificando lo espiritual con lo humano, con todo aquello que de elevado tenemos, no necesariamente en un sentido religioso: el altruismo o el mero respeto al prójimo ya constituirían, más que ladrillos, bloques ciclópeos en aquella utópica construcción. Pero a la vista de los últimos cien años, y del telediario de hoy, no parece haber grandes motivos para la esperanza. Centrando el foco en lo que nos ocupa, comparto tu escepticismo, José Luis, sobre los presuntos parabienes de la embrionaria Web 3.0. Su hermana mayor alumbró unas herramientas fundamentales, que no has nombrado explícitamente pero que van implícitas en tu enumeración: las redes sociales. La verdad es que el trasunto castellano de la expresión “social media” alberga, en dos sencillos vocablos, una vocación de fraternidad tan cándida como falsa, pues -con contadas excepciones- tales artefactos digitales distan mucho de ser redes en el sentido de relación entre nodos iguales; y no digamos de ser sociales, si entendemos lo social como la dimensión colectiva del individuo. Porque es esto último lo que a la postre han exaltado: el individuo, apolíneo y perfecto, idealizado o más aún, divinizado a golpe de filtro y pose impostada -disfrazado, en definitiva- desperdiciando infinidad de posibilidades de uso cooperativo, de despertar conciencias, de avanzar en lo humano y, desde luego, orillando (cuando no aniquilando) lo genuinamente social. Ahora, esta nueva Arcadia llega, como bien dices, de la mano de los mismos actores que sacaron jugosa tajada del éxito de la precedente, pero con un plus de individualidad y de aislamiento: si nos mostraron que no había porqué pisar la plaza o el mercado para hacer amigos o la compra, ahora nos prometen que podremos disfrutar de todo sin movernos de nuestra celda, en un metaverso que dejará en mantillas al mundo real. Nos venderán aislamiento como libertad, nos autoconfinaremos pensando que realmente somos libres al hacerlo y, en un ejercicio magistral de gatopardismo, nos donarán un idílico nuevo paradigma de libertad, con el que seremos aún menos libres. O no.
Gracias Antonio por tu comentario.
Cuando la Web 1 y la Web 2 nos ha dejado herramientas que han cambiado nuestra vida (si es para mejor, es otro tema), la Web 3 debería seguir a sus hermanas pequeñas en esto, y seguro que así será. Lo que me cuesta creer es que sea descentralizada (lo comento en el artículo).
Sobre las redes sociales, salvo el poderte encontrar algún amigo de la infancia, deberían llamarse escaparates de postureo o algo así. Cada vez me gustan menos… e igual tu comentario me ha sugerido un nuevo artículo.
Sobre el vendernos aislamiento como libertad me parece una apreciación muy interesante incluso para el episodio de un podcast. Ahí lo dejo 😉